Autor: Sebastián Murillo
Esta es la segunda parte del artículo de Sebastian Murillo acerca de la antinomia del realismo de Hilary Putnam. La primera se publicó la semana pasada.
¿Por
qué el realismo llego a ser un problema?
Los
primeros filósofos modernos, sostiene nuestro autor, asumieron que los objetos
de la percepción inmediata eran mentales, y que los objetos mentales no eran
físicos (cf. Putnam 56). Asimismo, advierte, en la ciencia cognitiva
contemporánea es común la inclusión de representaciones mentales en el
“ordenador cerebral”. En este sentido, si es el caso que la mente es un órgano
que se identifica con el cerebro, “entonces parece necesario admitir (1) que
las «representaciones» son análogas a las «impresiones » de los teóricos
clásicos[1] y (2)
considerar que aquellas «representaciones » están ligadas sólo causalmente a
los objetos del medio ambiente del organismo sin ningún vínculo cognitivo
genuino (de la misma manera que las impresiones habían estado ligadas a los
«objetos exteriores » exclusivamente por vínculos causales[2]” (cf.
Putnam 57) En una clara alusión a Mind and World Putnam nos recuerda que
John McDowell argumentó en aquellas conferencias que dicha imagen, ya sea en su
versión clásica o en su más moderna versión materialista, es enormemente
perjudicial para casi todos los ámbitos de la metafísica o de la epistemología.
Desde esta perspectiva, la suposición responsable de la mencionada problemática
parece ser la idea de que debe haber «interfaces» o intermediarios entre
nuestros poderes cognitivos y el mundo exterior, esto es, la idea de que
nuestros poderes cognitivos no pueden extenderse hasta alcanzar los objetos
mismos[3] (cf. Putnam
57). El realismo directo a veces se identifica con cualquier tesis que niegue
que los objetos de la percepción verídica sean datos sensoriales por lo que
muchas de las versiones de la percepción que rechazan aquella idea de la
interfaz aun cuando guardan importantes diferencias entre sí suelen ser indistintamente denominadas “realistas
directas”.
Ahora
bien, cabe distinguir, según refiere el autor, entre lo que comúnmente se llama
“realismo directo” y la propuesta que éste denominará “realismo natural”. Un
realista natural, afirma el estadounidense, sostiene que los objetos de la
percepción normal «verídica» son habitualmente cosas «exteriores». Sin embargo,
el realista directo, que según Putnam no es otro que aquel que sostiene una
teoría causal de la percepción, puede aceptar sin ninguna clase de esfuerzo
aquella propuesta del realista natural. En efecto, con miras a suscribir varias
de las implicaciones de aquella tesis realista, el teórico (de los datos
sensoriales) puede sostener que innegablemente tenemos acceso perceptual a
cosas que son exteriores, es decir, que “nuestras experiencias subjetivas son
causadas en el modo apropiado por esas cosas exteriores» (cf. Putnam 58). No
obstante, el realista natural afirma, quizás en contravía de aquel teórico de
la percepción, que la percepción exitosa consiste en ver, oír, o escuchar las
cosas «que están allí fuera», y no en una mera afección de la subjetividad de
la persona causada por esas cosas. Así, Putnam asegura que la falsa idea de que
la percepción debe ser analizada de aquel modo tradicional “está en la base de
todos los problemas que surgen de la concepción de la percepción que, de una u
otra manera, ha dominado la filosofía occidental desde el siglo XVII” (cf.
Putnam 59). La afirmación tradicional, enfatiza Putnam, de que debemos
“concebir nuestras experiencias sensoriales como experiencias intermediarias entre nosotros y el
mundo, no posee argumentos correctos para ser sostenida, y, peor aún, dificulta
enormemente la posibilidad de adquirir una comprensión a propósito de cómo las
personas pueden establecer un contacto cognitivo genuino con el mundo (cf.
Putnam 59).
'
¿Cómo
se llegó a descuidar la percepción?
Parte
del problema de encontrar una manera adecuada de abordar la percepción en la
actualidad, cree el norteamericano, tuvo que ver con una suerte de movimiento represivo
que aunque contingente y no explícitamente justificado afectó negativamente la
manera en que se han venido interpretando algunas posiciones respecto a la
naturaleza misma de la percepción. Aunque el asunto es uno de índole casi
puramente histórica, reconoce Putnam, aquella tendencia a ignorar una cantidad
considerable de los escritos que ofrecen algunas de las mejores defensas de
aquel realismo por el que propugna nuestro autor, ha tenido por consecuencia
una enorme ingenuidad de gran parte de los autores contemporáneos respecto a la
manera adecuada de abordar el fenómeno de la percepción. No obstante, afirma
nuestro autor, las cosas no siempre fueron de esa manera: “A comienzos del
siglo, la cuestión del «realismo directo» era un tema irrenunciable para
algunos de los círculos de intelectuales más prestigiosos de la época. Sin
embargo, nos recuerda, a mediados de los años treinta la concepción de la
percepción que postula «interfaces» entre el receptor y los «objetos
materiales» se hizo prácticamente canónica. (cf. Putnam 60). Con todo, y pese a
que dicha concepción recibió severas críticas por parte de autores tan
conocidos e influyentes como Jhon Austin y Gilbert Ryle, la tradición terminó
irremediablemente abandonando las discusiones de los problemas que se generaron
en torno al núcleo de aquella concepción clásica . De este modo, y de una
manera casi sistemática se sustituyó el discurso de “datos sensoriales” por uno
que incorporaba términos como “experiencia” con lo que, sin embargo, se dejaba
inabordada e inalterada aquella discusión central para el asunto metafísico del
realismo.
Ahora
bien, el asunto con el realismo en la filosofía del lenguaje, enfatiza Putnam,
tiene que ver con el hecho de que “la cuestión acerca de ¿cómo se enlaza el lenguaje con el mundo?
parece ser una mera repetición de la vieja pregunta ¿cómo se enlaza la percepción con el mundo?
(cf. Putnam 60). El punto ,en efecto ,tiene que ver con que la percepción, al
menos tal y como nuestro autor la concibe, juega un papel preponderante en las
discusiones a propósito de la mayoría de fenómenos que consideramos
prioritariamente referenciales , es decir, la respuesta acerca de cómo el
pensamiento y el lenguaje se enlazan con el mundo, parece sugerirlo nuestro
autor, debe pasar ineludiblemente por el asunto atinente a la naturaleza de la
percepción; la respuesta a propósito de la referencia, según entiendo, queda
así vinculada a la pregunta por la naturaleza de las funciones perceptivas..
La antinomia
del realismo
Si bien
es cierto que gran parte de la trayectoria filosófica de Hilary Putnam a la
hora de abordar asuntos metafísicos y epistemológicos típicamente relevantes
para la tradición, estuvo dominada, como él mismo lo reconoce, por ideas que
dejaban de lado temas centrales de la estructura de la percepción, en este
artículo nuestro autor indica que, contrario al modo de pensar de muchos, la
perspectiva que se tiene acerca de la naturaleza de la percepción juega un
papel decisivo en la consolidación de muchas de las nociones fundamentales de
un gran número de las propuestas filosóficas actuales. En efecto, muchos
filósofos están abiertamente conformes, afirma nuestro autor, “ya sea desde un
punto de vista realista dogmático, ya sea desde un punto de vista antirrealista
igualmente dogmático, con las respuestas surgidas a propósito de los problemas
centrales de la filosofía de la percepción”(cf. Putnam 62) . Sin embargo, el
progreso con respecto a estos asuntos, enfatiza, llegará “solamente cuando
seamos capaces de advertir lo enteramente insatisfactorio de ambos puntos de
vista al comprender que cada uno de ellos es concebido alternativamente de
acuerdo a la imagen del otro, y que cada uno depende de la idea de que el otro
es la única alternativa “(cf. Putnam 62).
Tras las
primeras publicaciones a propósito del asunto del realismo, nuestro autor
reconoce la actitud de descuido que gobernó su quehacer filosófico durante aquellas obras respecto al profundo vínculo
que parece entretejerse entre dicho tópico del realismo y muchas cuestiones
acerca de la naturaleza de la percepción o de un conjunto de supuestos acerca
de los poderes de la mente humana; pues, si lo hubiese visto, asegura Putnam,
“no habría estado conforme con el recurso a lo que en aquellos ensayos llamé
«semántica verificacionista»”. (cf. Putnam 62). En este sentido, Putnam
afirmaba que la comprensión del lenguaje debía consistir en la competencia que
tiene un hablante para su uso, por lo que en su segundo ensayo indicó que:
“Hablar como si éste fuera mi
problema, que yo sé cómo usar mi lenguaje, pero que, aun así, se me plantee la
pregunta ¿cómo escoger una interpretación? no tiene sentido. O bien el uso del
lenguaje ya fija la «interpretación»
o bien nada puede hacerlo” (Putnam
62).
Si bien
es cierto que nuestro autor, tal como afirma, no rechaza totalmente aquellas
formulaciones que marcaron su postura filosófica en aquella época, si enfatiza
que existe una diferencia importante respecto a la manera en la que se entendía
el término “uso” en aquel entonces y la manera en la que actualmente se lo
entiende. En efecto, la noción de “uso” empleada por Putnam en aquel entonces
era una de carácter científico-cognitiva, es decir, una noción que debía ser
descrita, al menos en parte, en términos de programas de ordenador en el cerebro
(cf. Putnam 62). De esta manera, no sólo resultaba indispensable hablar acerca
de la organización funcional del cerebro del usuario del lenguaje, agrega
Putnam, sino que también se hacía necesario ofrecer especificaciones respecto a
la clase de entorno en el cual el usuario del lenguaje se podía encontrar.
De otro
lado, Putnam piensa que una segunda manera de entender la noción de “uso”
(presente en el segundo Wittgenstein) consistía en la aceptación de que “el uso
de las palabras en un juego de lenguaje no puede, en la mayoría de los casos,
ser descrito sin emplear el vocabulario del juego, o un vocabulario íntimamente
relacionado con el vocabulario de ese juego. En efecto, “si se quiere describir
el uso de la oración, «Hay una mesa de café frente a mí», se tiene que dar por
sentada, su relación interna con hechos tales como, entre otros, que se
perciban mesas de café. Al hablar de percibir mesas de café, prosigue nuestro
autor, lo que tengo en mente no es el sentido mínimo de «ver» o «sentir» (el
sentido en el cual se podría decir que se «ve» o «siente» una mesa de café,
aunque no se tenga ni la menor idea de lo que es una mesa de café), sino que
pienso en el sentido plenamente logrado, el sentido en el cual ver una mesa de
café es ver que es una mesa de café lo que está frente a mí.”(Putnam 63). Sin
embargo, la diferencia entre la interpretación cientificista y la
wittgensteiniana de la frase “el significado es el uso” como bien refiere
Putnam, no parece ser algo simple y unívocamente caracterizable. En el sentido
cientificista, advierte, el uso del lenguaje aparenta ser algo descriptible en
términos de disposiciones para responder a representaciones mentales. Por este
motivo , si los interrogantes acerca de «¿Cómo podemos percibir cosas
exteriores a nuestros propios cuerpos?» y «¿Cómo podemos llegar a referirnos a
cosas exteriores a nuestro propio cuerpo?» constituyen problemas genuinos
,entonces la frase «El significado es el uso» no nos ayudará en nada, mientras
la noción de «uso» se entienda de aquella
manera (cf. Putnam 64). Con todo, la interpretación wittgensteiniana de
aquel eslogan no resulta en modo alguno carente de inconvenientes debido a que
entre otras cosas, “aquel no debería ser propiamente «El significado es el uso»
sino que más bien, dicho eslogan precisa ser entendido en términos
disposicionales en los que “Comprender es poseer las capacidades que se ponen
en práctica al usar el lenguaje” (cf. Putnam 63).
Para
darle sentido a la idea de Putnam según la cual es preciso (de cara a hacerle justicia
a aquella propuesta de Putnam) un retorno a aquel realismo natural, nuestro
autor procura exponer muy sucintamente
algunas de las dificultades a las que se enfrentó en varios momentos de su
amplia y muy fructífera carrera intelectual. Algunas de ellas, nos indica, lo
inclinaron a pensar que la defensa del realismo no resultaba ser un proyecto
viable (a la hora de abordar la relación entre lenguaje y realidad.), le
pareció entonces que aquel asunto constituía una surte de antinomia sin salida
(cf. Putnam 64).
Parte de
las razones por las cuales nuestro autor se vio forzado a suscribir aquella
opinión, sostiene, tiene que ver con la llamada “paradoja de Skolem”, según la
cual “cada teoría consistente tiene un gran número de posibilidades de
interpretación distintas, incluso de interpretaciones no isomorfas”(cf. Putnam
64) . De esta manera , “la totalidad de las verdades acerca de los «objetos»
matemáticos que pueden expresarse en el lenguaje de las matemáticas, continua
Putnam, no puede determinar a qué objetos nos estamos refiriendo, ni siquiera
sus clases isomorfas” (cf. Putnam 65). Lo que el norteamericano pensaba en
aquel entonces, reconoce, era que usando la misma herramienta que Skolem usó,
se podrían establecer resultados similares acerca de cualquier lenguaje,
incluso el lenguaje cotidiano, o el lenguaje que usamos en la ciencia
empírica(cf. Putnam 65). La idea de Putnam era que, según entendía “el
argumento de Skolem es capaz de conservar su validez si se añaden restricciones
para las interpretaciones legítimas, restricciones que especifiquen que
determinados predicados deben aplicarse a determinados objetos, siempre y
cuando los “inputs” del ordenador neuronal (digamos los outputs de los «módulos de percepción»)sean del tipo especificado”
( Putnam 65) .
Si bien
es cierto, inquiere el norteamericano, que tales restricciones operacionales
limitan las interpretaciones admisibles de los predicados pertenecientes a los
“inputs perceptivos” mismos, dejan abierta la posibilidad de que todos los demás
predicados del lenguaje, con excepción de aquellos explícitamente definibles
por medio de los predicados restringidos operacionalmente, conserven, no
obstante, una enorme multiplicidad de interpretaciones no deseadas, inclusive
algunas de un tipo bastante extraño (cf. Putnam 65). Parte de la problemática
que ,según Putnam, aquella concepción podría plantear para la filosofía
cartesiana de la percepción tiene que ver con que en ésta “ los inputs perceptivos resultan ser el
límite más exterior de nuestro procesamiento cognitivo, es decir, todos
aquellos elementos que se encuentran más allá de estos inputs mediacionales,
según esta perspectiva, resultan vinculados
al conjunto de todos nuestros procesos mentales sólo a través de relaciones
causales, sin ninguna clase de relación cognitiva (cf. Putnam 66).Esto último,
me parece, hace surgir al menos una versión primitiva del problema (no abordado
explícitamente en este artículo) acerca de cómo un elemento perteneciente al
ámbito de las relaciones causales resulta capaz de constituirse en un elemento
justificatorio del ámbito de lo normativo, el problema de cómo transitar de la
esfera de lo causal a la esfera de lo normativo evitando incurrir en alguna
clase de “falacia naturalista”.
Así pues, lo que aquel razonamiento parece
poner de manifiesto es que (aun cuando localicemos a los inputs en la superficie de nuestro cuerpo) las interpretaciones del
lenguaje, como en casi toda semántica externalista, pueden coincidir en cuanto
a qué son los inputs y al mismo
tiempo disentir tajantemente acerca de la referencia de nuestros términos[4]” (cf.
Putnam 66). Por este motivo, la
conclusión de nuestro autor en aquel periodo fue que si el tipo de realismo con
el que hemos estado familiarizados desde los comienzos del período moderno,
incluyendo la teoría causal de la percepción, es correcto, entonces todo lo que
sucede dentro de la esfera cognitiva deja la referencia objetiva de nuestros
términos, en su mayor parte, casi completamente indeterminada. (cf. Putnam 66).
.Así, de la antinomia que aquel estado de cosas parecía implicar para el
estadounidense se originaron las primeras formulaciones del realismo interno
como un primer intento por darles solución.
El realismo interno
En algún
momento de su desarrollo intelectual Putnam pensó que la Propuesta de Dummett,
denominada por él “semántica verificacionista” podría constituir, en alguna
medida, una salida en principio plausible frente aquella antinomia que el
debate a propósito del realismo había suscitado[5] No obstante,
admite Putnam, “en las publicaciones mencionadas yo no expliqué lo que me
proponía hacer con respecto a la noción de verdad. Lo reservé para Reason, Truth and History. Allí proponía
no identificar «ser verdadero» con «estar verificado», como hace Dummett, sino
con «estar verificado con un grado suficiente para garantizar la aceptación
bajo condiciones epistémicas suficientemente buenas» (cf. Putnam 67). Pese a la
fuerte influencia que Dummett ejerció sobre la propuesta putnamiana del
realismo interno, este último, enfatiza, pretende conservar algunas diferencias
con aquella idea del antirrealismo global en al menos dos sentidos
fundamentales. De un lado, Putnam no pretendía asumir que los enunciados
empíricos podrían ser verificados o falseados inalterablemente. Por otro lado,
nuestro autor buscaba romper con el énfasis idealista que dicha posición de
Dummett abraza al suscribir aquel antirrealismo respecto al pasado[6](cf. Putnam
68). Dicha tendencia idealista fue consecuentemente evitada en el caso de Putnam mediante la
identificación de la comprensión del significado del enunciado por parte del
hablante “no con su capacidad de determinar si el enunciado es verdadero ahora,
o si es verdadero bajo circunstancias que el hablante puede efectivamente establecer,
como hace Dummett, sino con la posesión de habilidades por parte de un hablante
suficientemente racional que le permitirían decidir si el enunciado es
verdadero en circunstancias epistémicas suficientemente buenas[7] (cf. Putnam
68). En efecto, aunque asumamos que el nivel de confirmación que los hablantes
asignan a un enunciado sea una función de sus experiencias sensoriales,
argumenta nuestro autor, la noción de circunstancias epistémicas
suficientemente buenas resulta ser una noción que “involucra al mundo”, puesto
que “la totalidad efectiva de las experiencias sensoriales humanas no determina
la totalidad de las verdades, ni siquiera a largo plazo” (cf. Putnam 68).
Si bien
es cierto que bajo esta última consideración se pretendía construir al mundo
como siendo un factor determinante del conjunto de situaciones epistémicamente
buenas para un sujeto (con lo que aparentemente hacemos justicia a la idea de
que nuestros términos se refieren a rasgos del mundo), dicha noción de posición
epistémica, sugiere Putnam, parece tener a la base la misma clase de elementos
que fundamentan las concepciones epistemológicas tradicionales[8]. Una parte
importante del problema, asegura Putnam, tiene que ver con el hecho de que
aquella imagen, con miras a salvaguardar el aspecto normativo de los fenómenos
intencionales[9],
asumía la necesidad ya mencionada, de postular una suerte de interfaz entre el
sujeto y el mundo externo. Por esta razón, entiende nuestro autor, la
posibilidad de resolución de aquel problema debe pasar, al menos en principio,
por el reconocimiento de que cualquier clase de propuesta que suscriba la
noción mediadora de “dato sensorial” estará de entrada incapacitada para
abordar correctamente los términos del asunto en cuestión.
Extravío
Cierto
nivel de aceptación de la teoría de los datos de los sentidos, afirma Putnam,
se hacía patente tanto en el rechazo de nuestro autor a la postura de Austin en
«Models and Reality como en la formulación de “observaciones hechas al tiempo
que ofrecía una descripción breve del funcionalismo en Reason, Truth and History (págs. 78-82). No obstante, habiendo
suscrito una de las muchas versiones del funcionalismo, nuestro autor sostuvo
que parece existir una dimensión cualitativa del ámbito de las sensaciones que,
evidentemente, no es susceptible de caracterizarse en términos funcionales pese
a que las instancias de todas aquellas ocurrencias deben ser ipso facto instancias de ocurrencias
físicas idénticas a, o correlacionadas con, eventos cerebrales.
Putnam,
consciente de la serie de problemas que han sido clásicamente presentadas a
quienes propugnan por una versión de la percepción de carácter indirecto
,sostiene de manera autocrítica: “mi imagen de nuestro funcionamiento mental(
en aquellos días) era precisamente la imagen “cartesiana cum materialista”, una imagen según la cual aparece como mágico el
hecho de que podamos llegar a tener acceso a cualquier cosa exterior a nuestros
inputs, que en ese momento pensé que
podían ser identificados con «ocurrencias físicas» ( Putnam 70).En efecto, en
la medida en que sea conservada aquella imagen tradicional ,asegura Putnam,
cualquier versión de lo que pueda considerarse realismo directo constituirá a
lo sumo una mera reforma lingüística superficial que ofrece solo la modificación
verbal del modo en que la imagen tradicional es presentada. En otras palabras,
si no se renuncia a aquella imagen tradicional, entonces la modificación verbal
“que nos permite decir que
«observamos» cosas externas, pero que, por supuesto, tiene que ser entendido como significando que aquellas
cosas causan en nosotros ciertas qualia, y
que lo hacen «de una manera apropiada” constituyen una manera de ocultar el
problema de explicar cómo nuestras percepciones pueden ser percepciones de
cosas externas particulares (cf. Putnam 71).
La
alternativa que nos intenta brindarnos el norteamericano, concluye aquel, no
conlleva una negación de la conciencia fenoménica sino que más bien comporta la
insistencia de que las cosas «externas» pueden ser realmente experimentadas y no solo que pueden
llegar a ser elementos causales determinantes de «experiencias subjetivas al interior de los agentes(cf. Putnam
72).
Bibliografía
Putnam, H. La
antinomia del realismo en Sentido,
sin sentido, los sentidos Trad: Norma B. Goethe Paidos 1994
[1] Es decir, el ordenador cerebral, o mente,
hace inferencias a partir de, por lo
menos, algunas de las «representaciones », los outputs de los procesos perceptivos, de la misma manera que la
mente, de acuerdo a la versión clásica, hace inferencias a partir de
impresiones
[2]Sobre
el problema de la receptividad causal de las percepciones diré algo un poco más
adelante
[3] El punto acá es, considero, que la aceptación de unos intermediaros
cognitivos parecen presuponer un abismo insalvable entre lo cognitivo interior
y la realidad exterior.
[4]Quizás en alusión a la idea de Quine de que la mera irritación
estimulativa resulta incapaz de determinar por sí misma la referencia de
nuestras emisiones, es decir, una alusión a
la inescrutabilidad de la referencia
[5] Aunque a la luz de este asunto los conceptos de verdad y justificación parecen estrechar enormemente sus vínculos, no debemos perder de vista, que tales conceptos no deben confundirse.
[6]Me
refiero a la consecuencia de la imposibilidad de describir situaciones bajo las
cuales un evento pasado pueda verificarse
[7] Es decir, con miras a evitar una postura enteramente verificacionista Putnam busca introducir al mundo real mediante la apelación a “condiciones epistémicas suficientemente buenas”.
[8]
[9] Para nadie es un secreto que gran cantidad de las propuestas
indirectas de la percepción tienen a la base la idea de que solo a través de la
postulación de un elemento mediador de nuestra relación cognitiva con el mundo
es posible dar una explicación de las circunstancias de fallo como la
alucinación o la ilusión perceptual
0 Comentarios