Autor: Alex Carrillo Díaz

Ensayo


Siempre he admirado al filósofo Sócrates. En la universidad, el profesor Pisconte nos hizo leer como primer o segundo control de lectura un texto titulado “La Apología de Sócrates” escrito por Platón. Esta obra nos muestra un diálogo entre Sócrates y un tribunal ateniense que lo acusaba de ser un mal ejemplo, un corruptor de la juventud. Al final de la obra, Sócrates es condenado a beber una copa de veneno, cicuta, poniendo fin a su vida.


La historia es espectacular. El nivel teórico que muestra Sócrates es ridículo, utilizando la acepción anglosajona del término ridículo, que se refiere a magnánimo, excesivamente elevado. Si se hiciera una película al respecto, se derramarían más lágrimas que en Titánic o Avengers Endgame. La muerte de Sócrates, a decir de Rafael Narbona, tuvo una importancia crucial en la filosofía, ya que define el surgimiento literario de Platón, su discípulo, quien se entrega a escribir como una forma de liberarse de la injusticia y reivindicar a su maestro. Platón huye de Atenas pensando que muchos librepensadores atenienses morirán en manos de los nuevos jerarcas espartanos que se habían hecho con el poder político en Grecia tras la guerra del Peloponeso, donde Esparta derrotó a Atenas. Los textos que escribe Platón, hijos de una tragedia, pueden ser considerados la base del pensamiento filosófico de Europa y Medio Oriente. Un filósofo y matemático como Alfred Whitehead, de principios del siglo XX, muy destacado por escribir los “Principia Mathematica” junto a Bertrand Russell, habría dicho que:


“La historia de la filosofía europea solo es un conjunto de notas a pie de página del pensamiento de Platón”


No es para menos. He leído la obra “Teetetes” de Platón, y doy cuenta de lo actuales que son sus planteamientos. Puede ser más inspirador que cualquier libro de introducción a la filosofía contemporánea. Teetetes, título del libro, es el nombre de un joven personaje griego que conversa con Sócrates acerca de la naturaleza del conocimiento, en particular de la ciencia. En este diálogo, Sócrates somete a Teetetes a un cuestionario complicado intentando llegar a una respuesta lógica que no tenga objeciones y no pueda ser refutada acerca de los principios de la ciencia.


En el camino, como es de imaginar, no llegan a tal respuesta perfecta pero analizan con detalle prácticamente todas las alternativas para saber qué conocimiento es verdadero, es decir, a su entender, qué clase de conocimiento es científico. A continuación cito algunos párrafos de este diálogo cautivador.


Monumento a Sócrates
Monumento a Sócrates


Extracto del Teetetes


Sócrates:

“…” Respóndeme, pues: aprender, ¿no es hacerse más sabio en lo que se aprende?


Teetetes:

Sin duda.


Sócrates:

¿Los sabios no lo son a causa del saber?


Teetetes:


Sócrates:

¿Qué diferencia hay entre este y la ciencia?


Teetetes:

¿Qué este?


Sócrates:

El saber. ¿No es uno sabio en las cosas que se saben?


Teetetes:

Sin duda,


Sócrates:

Por consiguiente, ¿el saber y la ciencia son una misma cosa?


Teetetes:

Sí.

(…) Me parece, pues, que lo que se puede aprender con Teodoro, como la geometría y las otras artes de que has hecho mención son otras tantas ciencias; y hasta todas las artes, sea la del zapatero o de cualquier otro oficio, no son otra cosa que ciencias.


Sócrates:

Te pido una cosa, mi querido amigo, y tú me das liberalmente muchas; te pido un objeto simple y me das objetos muy diversos.


Teetetes:

¿Cómo? ¿qué quieres decir? Sócrates.


Sócrates:

Nada quizá. Sin embargo, voy a explicarte lo que pienso. Cuando nombran el arte de zapatero, ¿quieres decir otra cosa que el arte de hacer zapatos?


Teetetes:

No.


Sócrates:

Y por el arte del carpintero ¿quieres decir otra cosa que la ciencia de hacer obras de madera?


Teetetes:

No.


Sócrates:

Tú especificas, con relación a estas dos artes, el objeto a que se dirige cada una de estas ciencias.


Teetetes:

Sí.


Sócrates:

Pero el objeto de mi pregunta, Teetetes, no es saber cuáles son los objetos de las ciencias, porque no nos proponemos contarlas, sino conocer lo que es la ciencia en sí misma. ¿No es cierto lo que digo?


Teetetes:

Tienes razón.


Sócrates:

Considera lo que te voy a decir. Si se nos preguntase que son ciertas cosas bajas y comunes, por ejemplo, el barro, y respondiéramos, que hay barro de olleros, barro de muñecas, barro de tejeros, ¿no nos pondríamos en ridículo?


Teetetes:

Probablemente.


Sócrates:

En primer lugar, porque creíamos con nuestra respuesta dar lecciones al que nos interroga, repitiendo el barro y añadiendo los obreros que en el se emplean. Crees tú que, cuando se ignora la naturaleza de una cosa, se sabe lo que su nombre significa?


Teetetes:

De ninguna manera.


Sócrates:

Así pues, el que no tiene idea alguna de la ciencia, no comprende lo que es la ciencia de los zapateros.


Teetetes:

No; sin duda.


Sócrates:

La ignorancia de la ciencia lleva consigo la ignorancia del arte del zapatero y de cualquier otro arte.


Teetetes:

Es cierto.


Sócrates:

Por consiguiente, cuando se pregunta lo que es la ciencia, es ponerse en ridículo el dar por respuesta el nombre de una ciencia, puesto que es responder sobre el objeto de la ciencia, y no sobre la ciencia misma que es a la que se refiere la pregunta.




La omisión de Sócrates en la historia de la filosofía de Bertrand Russell


El libro Teetetes tiene mucho contenido como el mostrado. Es una increíble reflexión sobre el saber y sus límites. Por eso, me sorprende que en una obra como la del destacado filósofo Bertrand Russell, Historia de la Filosofía Occidental, se omita los aspectos más fértiles de las reflexiones socráticas. Russell describe en detalle aspectos muy interesantes sobre el personaje, lo sitúa en la historia humana, especula acerca de su existencia (ya que algunos creen que no existió), nos describe su personalidad y relata pasajes del juicio final que lo condenó a la muerte. Empero expresa casi nada sobre el contenido de su pensamiento, a lo mucho se refiere a su método socrático, al cual denomina método dialéctico. Me resulta extraño que alguien como Russell no haya valorado mejor la obra de Sócrates.


“Sócrates, en las obras de Platón, pretende siempre que solamente desentraña la sabiduría que ya posee el hombre que está interrogando; se compara por eso con una comadrona”.

 Bertrand Russell


En mi opinión, Sócrates no fue meramente alguien que se preguntaba el porqué de las cosas hasta el infinito, antes, en cambio, buscaba el máximo conocimiento del tema que se iba a discutir, para luego intentar llegar a su límite cognoscitivo. Este tipo de reflexiones tienen la característica de afinar las teorías, hacerlas compatibles con las ya existentes. 

Aun cuando Platón muestra la humildad de Sócrates cuando dice que él nada sabe, realmente sabía mucho. El conjunto de analogías que Sócrates utiliza demuestra su capacidad de explicar las relaciones lógicas entre las cosas partiendo de la realidad empírica, material, lo cual implica hacer previamente un sofisticado ejercicio de observación o de revisión de información de otros estudiosos. Veamos que nos dice el propio Sócrates.


Sócrates:


El oficio de partear, tal como yo lo desempeño, se parece en todo lo demás al de las matronas, pero difiere en que yo le ejerzo sobre los hombres y no sobre las mujeres, y en que asisten al alumbramiento, no los cuerpos, sino las almas. La gran ventaja es, que me pone en estado de discernir con seguridad, si lo que el alma de un joven siente es un fantasma, una quimera o un fruto real. Por otra parte, yo tengo de común con las parteras que soy estéril en punto a sabiduría, y en cuanto a lo que muchos me han echado en cara diciendo que interrogo a los demás, y que no respondo a ninguna de las cuestiones que se me proponen, porque yo nada sé, este cargo no carece de fundamento. Pero he aquí porque obro de esta manera. El Dios me impone el deber de ayudar a los demás a parir, y al mismo tiempo no permite que yo mismo produzca nada. Esta es la causa de que no esté versado en la sabiduría, y de que no pueda alabarme de ningún descubrimiento, que sea una producción de mi alma. En compensación, los que conversan conmigo, si bien algunos de ellos se muestran ignorantes al principio, hacen maravillosos progresos a medida que me tratan, y todos se sorprenden de este resultado, y es porque el Dios quiere fecundarlos. Y se ve claramente que ellos nada han aprendido de mi, y que han encontrado en si mismos los numerosos y bellos conocimientos que han adquirido, no habiendo hecho yo otra cosa que contribuir con el Dios a hacerlos concebir (p. 171-172).


Conclusión

Sócrates, el filósofo griego, llega a nosotros a través de la obra de Platón y nos deja un legado muy rico en enseñanzas, que va más allá del uso del método de preguntas y respuestas. En la obra de Bertrand Russell no vi reflejada la profundidad que merece su pensamiento. 

A lo mejor se deba a que, siguiendo a su amigo Whitehead, como indicaba líneas arriba, hablar de Sócrates y Platón es suficiente para entender toda la filosofía occidental. Quizá, si Russell se tomaba en serio el análisis de su pensamiento, analizando todas sus implicancias, se habría quedado sin libro que escribir. O quizá, todas estas ideas se encuentren en el capítulo siguiente, dedicado enteramente a Platón, el cual he leído pero ya no recuerdo. Tendré que volverlo a revisar.